El arzobispo García Cuerva trazó un crudo diagnóstico social y pidió unidad para resolver los problemas del país
En el tedeum por el Día de la Independencia en la Catedral metropolitana, ante el presidente Javier Milei en primera fila, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, advirtió que el país “sufre las cadenas de diversas esclavitudes”. Hizo un fuerte llamado a “la unidad de los argentinos”, en medio de la grave crisis, y pidió buscar acuerdos y dejar de lado las diferencias.
En igual sentido, reclamó por la “falta de termómetro social” y pidió “vivir la libertad” sin odio.
García Cuerva reivindicó en su mensaje los consensos de los congresales de Tucumán, en 1816 y, al referirse a los desafíos actuales, horas después de que el Presidente firmara el Pacto de Mayo con 18 gobernadores en Tucumán, recordó la gesta de la Independencia y señaló: “Hoy nosotros queremos retomar aquella valentía, aquel coraje, aquellos sueños y aquellos ideales para reconstruir nuestra patria”.
Milei ingresó en la Catedral acompañado por la vicepresidenta Victoria Villarruel, que por razones de salud había faltado la noche anterior a la cita en Tucumán. Ambos, junto con el ministro de Defensa, Luis Petri, y el jefe de Gobierno de la Ciudad, Jorge Macri, depositaron una corona de laureles ante el mausoleo de José de San Martín.
Como lo había hecho en el tedeum del 25 de Mayo, García Cuerva dijo al comienzo que su mensaje estaba dirigido a la reflexión de todos los actores de la sociedad argentina, convencido de que “entre todos construimos la patria, más allá de saber que luego puedan querer ser tomadas frases aisladas para querer alimentar la fragmentación”.
El arzobispo hizo un paralelo entre el pasaje bíblico conocido como “la parábola del paralítico”, en la que Jesús cura a un enfermo que no puede caminar, y la realidad argentina actual, a la luz de los ideales que esbozaron los congresales de Tucumán en 1816.
“”Una Argentina que nos duele hace mucho, que se dice independiente hace 200 años, pero que aún hoy sufre las cadenas de diversas esclavitudes que no nos dejan caminar como pueblo hacia un desarrollo pleno y una mejor calidad de vida para todos”, describió, al trazar un diagnóstico del momento actual.
El arzobispo citó, sin nombrarlo, a un historiador que escribió que el Congreso de Tucumán recibía a la patria “casi cadáver” por los complejos acontecimientos que se habían sucedido desde 1810. Y trasladó esa figura a la Argentina de hoy: “Tantos hermanos paralizados hace años en su esperanza, tantos atravesados por el hambre, la soledad y una justicia largamente esperada”. Y prosiguió: “Tantos argentinos tendidos sobre una manta en el frío de las veredas de las grandes ciudades del país, postrados como consecuencia de la falta de solidaridad y el egoísmo”.
Trazó, además, un paralelo entre los que portaban la camilla del enfermo en los tiempos de Jesús y la tendencia actual de privilegiar comportamientos mezquinos.
“A Jesús le llama la atención la fe de los hombres que llevan la camilla del paralítico. Una fe comprometida, que no se queda en promesas o palabras porque se juegan por el enfermo, haciendo algo por él. Una fe comunitaria porque no se cortan solos. No tira cada uno por su lado. Dejan de lado sus indudables y legítimas diferencias”, describió García Cuerva, quien estuvo acompañado por sus obispos auxiliares y dignatarios de otras confesiones religiosas.
Y animó: “Ese tiene que ser nuestro gran objetivo: que la Argentina se cure, que la Argentina se ponga de pie, que camine, se independice de las camillas que la tienen postrada, paralizada y enferma”.
Frente a los desafíos que enfrenta el país, García Cuerva afirmó que “hoy no hay tiempo para la indiferencia, no nos podemos lavar las manos con la distancia, con la prescindencia, con el desprecio. O somos hermanos o se viene todo abajo”.
Tras invitar a “rezar juntos por nuestro país”, puso el ejemplo de “aquellos hombres que cargaban al paralítico”, así como los congresales de Tucumán, y llamó a “construir la fraternidad e Insistir en la unidad de los argentinos, más allá de las diferencias.
“Nadie es imprescindible, nadie es descartable”, resumió el arzobispo porteño.
Para La Nación, Mariano De Vedia