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OPINIÓN: Instructivo para presidentes

No habiendo una escuela de presidentes, alguien debería dejar un instructivo sobre el sillón de Rivadavia para que cuando el tipo jura, caza el bastón y entra al despacho, sepa qué hacer.

Antes que nada, felicitamos a Luis Barrionuevo que a sus 82 años acaba de anunciar la creación de su nuevo partido político: Movimiento Nacional Sindical Argentino. Se ve que aquella inolvidable idea de “tenemos que dejar de robar por dos años” no funcionó en el peronismo y decidió probar en otro partido. Bien ahí Luis, porque si se quedaba en este PJ que hoy preside Cristina, la consigna de no robar por dos años se le iba a hacer muy cuesta arriba.

No tanto por Cristina, cuya honestidad ya nadie discute (todos ya vimos todo), sino porque el combo kirchnerista incluye tipos como Lázaro, Boudou, Cristóbal, José López, De Vido, Muñoz y otros boqueteros del Estado Nacional. Toda gente que no podía andar desperdiciando dos años. Desde acá, le deseamos suerte a Luis en su nuevo emprendimiento.

Dicho esto, vamos a lo importante.

Sinceremos un dato fehaciente: nuestros presidentes llegan a la Casa Rosada sin tener la menor idea. Desconocen las temáticas, no entienden cuál es su rol, de qué se trata el trabajo, cuáles son sus obligaciones, sus derechos y dónde están los límites.

A favor de nuestros mandatarios hay que decir que no tienen la culpa. No existe en nuestro país una escuela de presidentes ni un posgrado para aspirantes a serlo ni ninguna institución que forme ciudadanos aptos para ejercer la presidencia. No hace falta ser muy astuto para verificarlo. Basta con ver los resultados de quienes ocuparon el cargo.

La mejor síntesis es que en sólo medio siglo tuvimos cinco monedas distintas: Peso Moneda Nacional (hasta 1969), Peso Ley 18.188 (de 1970 a 1983), Peso Argentino (de 1983 a 1985), Austral (de 1985 a 1991) y Peso Convertible (de 1991 a la fecha). Hay que reconocer que este último, creado por Menem y Cavallo, viene durando bastante. El único problemita es que cuando el actual peso convertible debutó, con un solo peso te comprabas un dólar y hoy necesitas 1.220 mangos para comprarte el mismo dólar. O sea, urge una escuela de presidentes.

No habiendo una institución semejante en el horizonte, por lo menos alguien debería dejar un instructivo sobre el sillón de Rivadavia para que cuando el tipo jura, se pone la banda, caza el bastón y entra al despacho, sepa que hacer. Como el manual de instrucciones que trae un lavarropas o una licuadora.

Mientras tanto, no queda más remedio que tirarles algunos tips, en este caso a Javi, antes de que el daño sea irreparable, una vez más.

No es cuestión de pincharle el globo al León y mucho menos a un León tan susceptible como el que ahora tenemos en el circo. Pero alguien debería explicarle a Javi con más detalle de qué se trata su laburo. Esto vale tanto para él como para eventuales sucesores, si es que el proyecto “Milei eterno” se complica y empiezan a aparecer sucesores por todos lados.

Detengámonos en el tema de eternizarse y de paso ya le vamos dejando un primer tip al León.

La idea de un presidente eterno nunca funcionó. No lo consiguió Perón en los ’50 ni tampoco el general Onganía que decía ser el enviado de Dios para salvar al país y planeaba gobernar por 30 años, hasta que un día el general Lanusse se despertó a la mañana, miró el reloj, decidió que ya era suficiente y lo sacó a Onganía de la Rosada, por teléfono.

Más cerca en el tiempo, también fracasó Menem cuando en 1999 planteó la re-reelección pretendiendo un tercer mandato consecutivo que violaba la Constitución. Ni hablar Cristina que, en su vano intento de eternizarse, no dejó macana por hacer y al final tampoco lo logró.

En ese sentido, el Gato la tuvo más clara. Imaginó dos presidencias y a otra cosa. Al final sólo logró terminar una, que no es poco.

El caso de Alberto ni merece evaluarse. A lo único eterno a que puede aspirar es al eterno encierro. No puede salir ni a pasear al perro. Casi como una burla del destino, el tipo que nos encerró a todos con el dedito en alto mientras hacía asados con los Moyano, está viviendo su propio ASPO, Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. Nunca tan apropiado aquello de que “no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”.

Ahora el presidente es Javi y, si bien ya pasó un año de mandato, estamos a tiempo de que aprenda.

Lo primero que debe aparecer en el instructivo para presidentes es que el tipo no debe marearse. De entrada se siente muy importante, vive rodeado de seguridad, le rinden honores, no se lo contradice, le festejan los chistes y hasta lo dejan ganar cuando juega al golf o al truco.

Ejemplo, mientras era presidente, Macri pateaba los tiros libres de su equipo. Comba por encima de la barrera, golazo. En realidad, mientras era presidente, los de la barrera no saltaban, el arquero se quedaba parado y recién cuando la bocha iba entrando el tipo volaba contra el palo para que el gol se viera más espectacular en el video. El Gato estaba tan orgulloso de su pegada que llegó a mostrarle sus goles a Xi Jinping. Hoy ya no es lo mismo, es muy probable que la pelota ni siquiera supere la barrera. Esos mismos turros que iban a jugar a la quinta, le usaban la cancha y le morfaban el asado, ahora saltan.

Por eso es fundamental que el presidente no se la crea. Ya lo dijo George Bush padre: “Te das cuenta que ya no sos presidente porque empezás a perder todos los partidos de tenis”.

Segundo asunto: a un presidente se lo elige y se le paga para que administre. Punto. Todo lo demás son cosas que nadie le pide que haga. A Javi se lo votó para que ordene la economía y termine con la inflación, no para que ande contando cuántas entradas vende Cecilia Roth en el teatro, más allá de lo que ella pudo haber dicho.

Sacando las pompas y los honores, un presidente no es más que un administrador de consorcio. Un consorcio grande, pero consorcio al fin. Por eso en EEUU, donde esto lo tienen claro, se habla de la Administración Reagan o la Administración Clinton o ahora la Administración Trump.

Creerse el gran revolucionario de la historia es no entender que significa ser presidente. Su laburo es gestionar el funcionamiento del edificio (Estado Nacional) utilizando la guita de las expensas que pagamos todos (impuestos). Si durante el mandato se pueden cambiar los ascensores o remodelar la entrada (cambios estructurales del Estado) mucho mejor. Si no, con administrar bien nuestra guita, alcanza y sobra.

Presidentes excepcionales que dan vuelta un país o que transforman y mejoran la vida de toda una sociedad hay uno cada cien. Hace 100 años que a nosotros no nos toca.

Es más, dado que el presidente cobra por hacer este trabajo, cuando se distrae con otra cosa como, por ejemplo, pasarse horas tuiteando sobre un economista mandril, un periodista ensobrado o un artista comunista, no está haciendo el trabajo para el que se lo eligió y por el que se le paga. Y no dedicar todo su tiempo a hacer el trabajo por el que le pagamos es como chorearnos la guita.

Primera moraleja para Javi: No te dejes engañar con los boludos que te halagan y que, cuando forman la barrera, se agachan para que pelota pase. Van todas adentro porque ni ellos saltan ni el arquero vuela. Lo de siempre.

Segundo: vengo del futuro y confirmo que no va a ser Emperador. Ni ahora ni nunca. Solo tiene la posibilidad de ser un buen administrador y, por ende, un buen presidente.

Ojalá así sea.

Para Clarín, Alejandro Borensztein

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