Autoridades universitarias ya hablan de la “indisimulable” baja calidad académica de los alumnos que ingresan a cursar
En la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) una profesora se sorprendió pocos meses atrás con la interrupción de una alumna de cuarto año, que levantó la mano para preguntarle qué era un estereotipo. Semanas antes, otros estudiantes le habían consultado el significado de la palabra “redundante” y de la expresión “es un lugar común”.
Diario La Nación consultó sobre las condiciones académicas de los alumnos que ingresan a cursar carreras universitarias. Las conclusiones son decepcionantes y generan preocupación.
La investigación
La profesora universitaria María Bosch dice enfrentarse a diario con dudas similares y errores de ortografía que considera graves. En la última fecha de finales, corrigió un examen que tenía una respuesta de diez líneas sin ningún tipo de signo de puntuación: ”¡Ni siquiera un punto!”. Poco antes, en la misma universidad privada con sede en San Isidro, una de sus alumnas de Comunicación Social dio una presentación sobre la Guerra de Malvinas refiriéndose a los excombatientes como “los exconvictos de Malvinas”, sin distinguir la diferencia entre ambos términos.
Los ejemplos, de lo más variados, son tema de conversación entre las cátedras. Reflejan, según autoridades, docentes y directivos consultados, un fenómeno que se volvió cada vez más visible en las universidades argentinas: el deficiente nivel académico con el que los estudiantes ingresan al nivel superior. El problema es también, según admiten autoridades educativas en reuniones reservadas, uno de los principales reclamos que realizaron este año los rectores universitarios.
En los últimos años los docentes detectan, además de un nivel académico bajo, un manejo del lenguaje más acotado, así como problemas de concentración, de atención y de tolerancia a la frustración. En medio de este panorama, algunas universidades comenzaron a pensar y diseñar cambios en el dictado de las materias y en las estructuras de sus carreras, sumada la implementación de cursos niveladores.
“Hay una clara percepción entre los docentes de que los alumnos que ingresan a la universidad, en su gran mayoría, no cuentan con los conocimientos básicos de matemática y tienen una baja performance en lectocomprensión, lo que dificulta su inserción exitosa en el nivel superior”, afirma Paula Iglesias, responsable de Soporte a la Gestión Educativa de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE).
Iglesias destaca que, según docentes de esta casa de estudios, el mayor déficit se da en el ámbito de la lectoescritura. “Hoy, a diferencia de procesos educativos recientes, el docente relata que el alumno no comprende los textos, las consignas, las rúbricas de examen”, detalla a este diario.
Los docentes consultados coinciden en que el nivel de los estudiantes viene en caída desde hace, al menos, dos décadas y en que el fenómeno se acentuó con la pandemia. “La pandemia lo único que hizo fue desnudar el problema. Hoy ya es indisimulable, incluso entre los estudiantes que hicieron primario y secundario en muy buenos colegios privados. El primer año de universidad pasó a ser como una continuación del secundario”, sostiene Bosch.
Deficiencias similares, en diferentes áreas, se observan entre los estudiantes de la Facultad de Ingeniería de la UBA, apunta Xavier Pérez, secretario de coordinación general y docente de Análisis Matemático y Álgebra del Ciclo Básico Común (CBC). “Hay un descenso general de ciertas capacidades, sobre todo en ciencias duras, problemas en manejos matemáticos muy elementales. Repasamos cosas que deberían traer del secundario”, sentencia.
Atribuye los problemas que se evidencian en el aula a diferentes factores, entre los que resalta cuestiones vinculadas a la situación económica del país, que hace que los estudiantes se aboquen menos durante las carreras universitarias por carencias en sus hogares y también, especialmente en los últimos años, al uso problemático de las redes sociales.
“Con el exceso de uso de redes sociales, pareciera que los estudiantes están sobreestimulados. Se acostumbran a estímulos muy cortos y fuertes, y eso se traslada a la clase, a la falta de capacidad de mantener la atención. Hoy a los docentes, en general, les cuesta más retener la atención de los estudiantes en una clase larga de temáticas complejas”, afirma Pérez.
El uso problemático de redes sociales no solo afecta la capacidad de atención y concentración de los estudiantes, como demostraron numerosos estudios internacionales: la presencia misma de los dispositivos móviles afecta el funcionamiento de la clase. “Uno tiene que trabajar mucho para tratar de hacer que la clase sea interesante para el estudiante, porque si no les resulta interesante, muy rápidamente, al tener en su mano el teléfono, están en otro lado”, suma el secretario de coordinación general.
Al mismo tiempo, así como psicólogos e investigadores remarcan el vínculo entre el uso excesivo de redes sociales y la baja en la tolerancia a la frustración entre los jóvenes, los docentes afirman ver ese efecto en clase. “Les cuesta mucho sostener algo. Eso me impactó mucho este año. Aparecía mucha frustración a la hora de no poder resolver algo a la primera. La secuencia era: ‘Estoy frustrado, no puedo, no me está saliendo, entonces lo abandono’. Los períodos de investigación siempre requieren un grado de incertidumbre y frustración. Pero lo que veo es muy poca capacidad para soportar ese proceso”, describe la docente de FADU consultada, quien prefirió resguardar su identidad.
Choque cultural entre escuela y universidad
El especialista en educación universitaria Marcelo Rabossi, docente de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) e investigador visitante en la State University of New York, suma otro causante, que considera primordial: la laxitud del secundario y su incompatibilidad con el nivel de exigencia de los estudios superiores.
“Lo que ocurre en la universidad está vinculado fuertemente con lo que ocurre en la escuela. Aumentó mucho la terminalidad en el secundario, pero eso ocurrió a expensas, en parte, de la calidad educativa. En el nivel secundario ha habido una cierta laxitud en cuanto a aprobar a los alumnos sin tener las competencias necesarias para para hacerlo”, explica el docente e investigador.
Es por ello, sigue, que se acentuó la diferencia cultural entre la escuela y la universidad. “Hace unas dos décadas que se ve que la escuela, en general, tiende a apiadarse del alumno. El objetivo detrás es que los chicos estén en la escuela y no en la calle. La universidad, en cambio, no se apiada: si el alumno no rinde, no rinde y lo termina expulsando. Este choque cultural es muy fuerte, y hace que la universidad termine siendo relativamente agresiva para el alumno que no llega con las competencias adecuadas para poder transitar la vida universitaria de manera exitosa. Cuatro de cada diez ingresantes no completan el primer año. Cuando controlás el dato por nivel socioeconómico, ves que los que más abandonan pertenecen a los sectores más postergados, con menor capital cultural”, advierte.
En los últimos diez años, según datos a los que tuvo acceso LN Data a partir de un pedido de acceso a la información pública al Ministerio de Capital Humano de la Nación, mientras los ingresos a las universidades aumentaron desde 2010 a 2022 un 70,14%, la cantidad total de egresados aumentó solo un 47,55%. En 2022, último año registrado, hubo a nivel nacional 763.345 ingresos universitarios y 162.504 egresos.
En tanto, los datos del nivel medio preocupan a los especialistas. A nivel nacional, el 72% de los estudiantes secundarios no alcanza el nivel mínimo en matemática, mientras que en lectura el 54,5% de los alumnos también tienen un bajo desempeño, según se detectó en las últimas pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés), que impulsa la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), realizadas en 2022.
Los resultados, publicados a fines de 2023, muestran que el país no presenta cambios significativos entre los puntajes previos y posteriores a la pandemia. En 2018 se notificaron resultados similares a los de 2022, según el análisis de los datos de las pruebas PISA realizado por el Observatorio Argentinos por la Educación.
De los 81 países y economías que participaron de las evaluaciones, según el informe del Observatorio, la Argentina quedó en el puesto 66 en matemática, en el 58 en lectura y en el 60 en ciencias. Estos resultados marcan la desventaja argentina respecto del rendimiento académico de otros países de la región como Chile, Uruguay, Costa Rica, México, Perú y Colombia, que lo superaron en las tres categorías.
Medidas
En este contexto, hay universidades privadas y públicas que comenzaron a ofrecer cursos de nivelación para los alumnos ingresantes y también talleres de adaptación a la vida universitaria de apoyo para materias clave, como matemática y escritura.
En el caso de la UADE, además de un curso de ingreso que tiene entre sus objetivos evaluar las habilidades y aptitudes de los estudiantes pero también nivelar sus conocimientos, la Oficina de Alumnos ofrece talleres para que los estudiantes “puedan transitar sus primeros pasos en la universidad de manera acompañada”, informa Iglesias.
Dentro de la Facultad de Ingeniería, en tanto, se contemplan proyectos para acortar las carreras y también su carga horaria. Pérez subraya que la iniciativa no tiene que ver exclusivamente con la situación actual, sino especialmente con intentar enmendar un problema histórico de este centro de estudios: el alto nivel de deserción.
En tanto, los docentes consultados también afirman estar adaptando sus clases para lograr acompañar mejor a los alumnos. Pablo Voyer, docente adjunto a cargo de la carrera de Diseño Industrial de la UBA, describe estos cambios como “un desafío interesante”. Al contrario que el resto de los docentes consultados, interpreta de manera positiva la situación actual de los estudiantes universitarios.
“Doy clases desde el ‘93. Es verdad que los estudiantes hoy son distintos: son más pragmáticos y desafiantes a la autoridad. El rigor no es una forma que hoy funcione con los chicos. El ‘Hay que hacerlo porque hay que hacerlo’ no está más. Se preguntan ‘¿Y esto para qué me sirve?’. Agarran y te escanean. Quieren ver si vas a ser una referencia para ellos o no. Si sos referencia, son buenísimos. Si vas en piloto automático y solo les bajás contenido, no te dan bola”, considera el docente, que da clases en una materia de quinto año.
“Algunos docentes comentan que los alumnos están cada vez más vagos, pero yo no creo que sea así. Creo que hoy tienen otros criterios para buscar el estímulo del estudio y que los profesores muchas veces no están a la altura. Vos tenés que encontrar la forma de legitimar lo que estás enseñando. Cuando vos transmitís con convicción, los chicos reaccionan”, argumenta Voyer.
Sin embargo, admite que hoy sus estudiantes tienen dificultad para la exposición oral y, a la vez, le temen. “Veo que hay más estudiantes que si se enteran de que el examen final es oral, entran en pánico. Eso yo antes no lo encontraba nunca en los estudiantes de la UBA”, concluye.
La Nación, María Nöllmann, con la colaboración de Nicole Reiman