Después del choque, Franco Colapinto obtuvo una muy buena puntuación para la competencia en Bakú, Azerbaiyán
Una gran mampara azul pretendía tapar el box de Williams. No lo conseguía del todo y por allí LA NACION lograba espiar. Así describe magistralmente el periodista de La Nación, Orlando Ríos lo que ocurría en Bakú. Del lado del paddock, a unos 20 metros, Andrea, la madre de Franco Colapinto, y María Catarineu, su manager, tomaban un helado para no comerse las uñas de la ansiedad.
El calor, la humedad y los 30 grados de Bakú -47 en la pista-, tampoco las calmaba. Allí estaba, destripado, el Williams del argentino. Ocho mecánicos y cuatro ingenieros trabajaban a todo vapor para reparar un coche herido durante la primera práctica libre del viernes. Franco se había ido contra el muro en la cuarta vuelta después de reiniciar las acciones provocadas por un choque previo de Charles Leclerc. Estaba con neumáticos blandos, los de hacer tiempo…
Bakú no perdona. Leclerc, la estrella de Ferrari, fue el primero del día en saciar el apetito de este circuito que engulle chasis, ruedas y alerones. Colapinto fue el segundo, pero también se accidentó Esteban Ocon, de Alpine, y se salieron en calles de escape pilotos del calibre de Max Verstappen, de Red Bull, y Carlos Sainz, el compañero de Leclerc, que venía de ganar en Italia.
Así que nada nuevo bajo el sol. Colapinto había tenido su primer encontronazo contra un circuito urbano que sólo había experimentado en el simulador de Williams. Hubo un momento de incógnita: ¿iba a poder reparar el equipo británico su coche a tiempo? Había sido ambicioso el novato en esa frenada en la curva 4 a noventa grados. Apenas giró el volante, se le rebeló el eje trasero. Quizás demasiado freno atrás o no había soltado el pedal llegado el momento de girar. No se sabe y tampoco lo dijo más tarde. Así que abrió dirección para corregir, como se suele hacer mucho en los caminos de ripio del sur argentino, pero se ensanchó la trazada y el muro sonrió: “Otro más para mí, con recuerdos de Azerbaiyán”.
Bakú se caracteriza también por tener la curva lenta más estrecha del calendario, que ni siquiera cumple con el ancho mínimo que debería tener el asfalto en un circuito de F1: 12 metros. La curva del castillo medieval tiene menos de 7 metros de ancho y se cierra justo cuando hay que acelerar. Allí rozó su neumático trasero derecho Franco buscando su mejor tiempo, con absoluto desparpajo.
Se había complicado el día. Aun así, algunos enarcaban las cejas en la oficina del primer piso de la construcción que los organizadores improvisaron para cada equipo junto a la gran recta del circuito. Colapinto había quedado 16º a pesar de perder gran parte de la sesión, y su compañero Albon, 17º a 55/1000. Para el resto de la Fórmula 1, importaba que Verstappen apareciera como el más rápido de la jornada, con Lewis Hamilton y Sergio Pérez a 3/10 a su espalda, y Lando Norris, de McLaren, desilusionado porque su auto calentaba demasiado los neumáticos y no traccionaba bien.
El escueto campamento de Colapinto estaba clausurado para extraños: difícil adivinar qué se cocinaba detrás de los hoy castillos inexpugnables que son los boxes de la F1. Faltando media hora para la segunda salida a pista, este cronista logró entrar al pit lane para espiar, como el jaguar correntino que se acerca a su presa, a través del intersticio que dejaba la mampara. ¡Ah, estaban terminando!
El choque había afectado los brazos de suspensión de ambos ejes del lado izquierdo, las llantas, los mecanismos de frenos, quizás el semieje trasero y el alerón delantero. Pero ya estaba todo reensamblado cuando apareció Franco vestido de corredor. En el espacio que separaba su box del de Alex Albon se situaban sobre un enorme aparador blanco los computadores para telemetría, sistemas eléctricos y de motor térmico, más todos los sensores de frenos, hidráulica y demás. Colapinto y su ingeniero de pista, Gaetan Jego, hacían las últimas comprobaciones. Los mecánicos responsables de los ejes delantero y trasero quitaban cualquier resquicio de aire que pudiese haber en los frenos. El ingeniero de hidráulica comprobaba la estanqueidad y presión del sistema.
En cuanto el auto se puso en acción, fue como si no hubiese pasado nada. En la segunda y última práctica del día. Colapinto clavó 1m44,749s, quedando 14º, apenas a 12/1000 de Alex Albon, su compañero. James Vowles -jefe de Williams-, a quien se había visto con cara de preocupación pasando repetidas veces de las oficinas a los boxes durante la apresurada reparación que impidió el almuerzo a los mecánicos, dio la orden: “Suficiente por hoy, a probar unas tandas largas y guardar para mañana”.
La presencia de ánimo de Franco y su actitud ante el tropiezo de la mañana no dejan de asombrar y gustar. Declaró para LA NACION: “Estoy feliz porque los mecánicos lograron poner el auto en pista otra vez. Era clave que pudiese hacer esta segunda sesión.” Paró un instante la grabación y se dio vuelta porque pasaba rauda su periodista televisiva amiga, Christine GZ. “¿Por qué no me hiciste la nota? Estaba aburrido ahí” (se refería a sus declaraciones en el “corralito” donde los pilotos atienden a la TV). Ambos se sonrieron y Franco volvió a prestar atención: “Fue un pequeño error que costó caro. No fui el único, pero un primer choque en la Fórmula 1 duele. Por suerte en la segunda práctica recuperé la confianza.”
Ya han pasado las experiencias de Monza y las primeras de Bakú sobre un escenario totalmente diferente y exigente. Reconocido el error, con absoluta honestidad, este joven y esperanzador piloto ha mostrado otra faceta que tienen los grandes de la F1: tranquilidad ante las adversidades, confianza en sus capacidades y resiliencia. Y flota una sensación: este tipo seguirá sorprendiendo positivamente.
Para La Nación, Orlando Ríos con la colaboración de Jaime Pintanel