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Murió Boris Spassky, el último de los titanes del ajedrez

Era un gigante del ajedrez, de la época en que los jugadores se moldeaban con el único cincel de su talento. Había nacido en San Petersburgo, por entonces llamado Leningrado, en el país del ajedrez. Al principio, todo iba sobre rieles.

Cuando tenía 16 años, en 1953, venció al entonces campeón mundial, Vasily Smyslov, y esa precocidad parecía augurar un ascenso fulgurante al cénit ajedrecístico mundial.

Se notaba que el joven Spassky tenía un entendimiento superior del juego. Pero hubo un impedimento: Boris vivía en la Meca del ajedrez mundial. En la Unión Soviética había otros titanes como él y durante bastante tiempo le resultó muy difícil superar esa guardia varega formaba por Botvinnik, Smyslov, Petrosian, Tal, Korchnoi, y otros. Fueron años de aprendizaje y, un poco como Sísifo, hubo que subir una y otra vez la montaña.

Por ejemplo, logró la hazaña de ganar dos veces seguidas el Torneo de Candidatos. En su primer intento por conseguir el título mundial perdió contra el invulnerable Tigran Petrosian. Pero no se arredró por ese fracaso. Estaba en su mejor momento ajedrecístico. Volvió a ganar el Candidatos y, esta vez sí, en 1969, pudo derribar el muro. Petrosian se vio desbordado por el estilo creativo de Boris. Por desgracia para él, el título le duró poco, enseguida vino el estigma Fischer.

El gesto de concentración de Bobby Fischer, ante la espera de Boris Spassky (izq), en un match en el que el norteamericano hizo de las quejas una rutina durante las 21 partidas
El gesto de concentración de Bobby Fischer, ante la espera de Boris Spassky (izq), en un match en el que el norteamericano hizo de las quejas una rutina durante las 21 partidas

Con Spassky se dio la paradoja de que fue más famoso por sus derrotas que por sus triunfos. Tuvo dos matchs con Bobby Fischer. Uno, el primero, detuvo el reloj del mundo. El segundo fue una desgastada foto color sepia, veinte años después; los perdió los dos con claridad. Pero sólo el primero fue grave para él. Cuando retornó a su país, luego de perder en Islandia en 1972, en plena guerra fría, Spassky pasó a ser un individuo sospechoso en la Unión Soviética de entonces.

Fischer había roto la hegemonía soviética del ajedrez, y él, Spassky, era el mayor culpable. En cada nueva aparición pública, una enorme mochila cargaba sobre sus hombros. Pero Spassky era un grande del ajedrez. En una época de especialistas, en la que cada maestro no se apartaba de su apertura favorita, fue el primer jugador universal. Sacaba con “las dos manos”: iniciaba la partida tanto con peón rey, como con peón dama. Jugaba todo tipo de posiciones: defensa, ataque, juego de maniobras, partida bizarra. En una época sin computadoras y con pocos libros, el talento de Spassky era un arma extraordinaria. Aún en un momento crítico, ese talento que lo había llevado a ser campeón mundial no se había perdido.

El tablero utilizado en la partida de 1972 entre Bobby Fischer y Boris Spassky
El tablero utilizado en la partida de 1972 entre Bobby Fischer y Boris SpasskyHeritage Auctions

En 1973 se jugó el torneo más fuerte del mundo de aquel entonces: el Campeonato Soviético. Salvo Fischer, jugaban todos los mejores: Petrosian, Korchnoi, un joven Karpov, Tal, Smyslov y una ristra de grandes maestros de élite. Spassky ganó el torneo jugando un ajedrez descollante y así se reivindicó ante el mundo de este deporte. Puedo intercalar un recuerdo personal: siendo adolescente, mi madre me regaló el libro con las partidas de ese torneo y con ese libro aprendí el juego de los maestros. Guardé a través de los años un entrañable amor por las partidas de Boris Spassky.

Otro rasgo distintivo de Spassky era su buen humor. Sin esta cualidad, tal vez no hubiese sobrevivido en esa época conflictiva del ajedrez. Son conocidas muchas anécdotas en las que hizo gala de esa cualidad del buen vivir. Se casó con una mujer francesa y eso le permitió pasar a residir en París, en aquel tiempo un privilegio insólito para un ciudadano soviético. Hace unos años, ese mismo buen humor le dio letra para decir, cuando le preguntaron cómo estaba después de tener un ACV: “Mi posición es mala, pero yo siempre fui un optimista y sigo jugando”.

El soviético Boris Spassky (izq.) y el norteamericano Bobby Fischer, en una partida en septiembre de 1992, a más de dos décadas del duelo más trascendente de la historia del ajedrez
El soviético Boris Spassky (izq.) y el norteamericano Bobby Fischer, en una partida en septiembre de 1992, a más de dos décadas del duelo más trascendente de la historia del ajedrez Reuters

Se fue el artista, pero queda la obra. En 1970 se disputó en Belgrado el match entre la Unión Soviética y el Resto del Mundo. Bobby Fischer ya era el jugador más fuerte del mundo, pero el danés Bent Larsen, que venía de ganar varios torneos seguidos, exigió a los organizadores ocupar el primer tablero del Resto del Mundo. Fischer no se opuso y, así, Larsen se enfrentó a Spassky en una cita memorable.

De sólo 17 jugadas, el impresionante ataque ejecutado por Spassky a través de la columna torre, con un espectacular sacrificio clave de torre en la jugada 14, es uno de los más admirados de toda la historia de los tableros.

Para La Nación, Pablo Ricardi

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