OPINIÓN: Milei, cantante, profeta y presidente
Los temas de la banda de rock La Renga y la necesaria prestancia presidencial buscaron una armonía imposible. Mucho más si fue el Presidente quien asumió el rol de cantante del grupo musical. Hubo presidentes transgresores en la historia argentina, pero ninguno llegó a tanto, se hayan desempeñado dentro o fuera del país. Sin embargo, es probable que por ahora a la sociedad argentina (o a la mayoría de ella) no le importen mucho esos disparates presidenciales.
Javier Milei expresa, aun con esos desvaríos, una promesa de cambio, aunque nadie sepa con certeza qué cambio será ni cuándo se concretará. Solo intuye que con él es posible una modificación del statu quo. Nada más. Resulta que la vocación de cambio de la sociedad argentina es increíblemente grande y supera al propio Milei. Según asegura Juan Germano, uno de los directores de la consultora Isonomía, el 85 por ciento de la sociedad quiere un cambio profundo de las cosas públicas en el país. La aceptación de Milei está entre el 53 y el 55 por ciento. En efecto, la aceptación es alta, pero el deseo de cambio es más grande que el proyecto del propio Milei. El fracaso sin paliativos de todas las políticas que se aplicaron en los últimos años provocó un intenso rechazo social al orden preexistente. El desafío de Milei consiste en hacerse cargo de ese cambio y liderarlo. Parece un proyecto simple, pero no lo es. ¿Quiere el Presidente ser el líder de una Argentina distinta o prefiere ser el profeta universal de las ideas que cultiva la derecha internacional? Por el momento, Milei le dedica más tiempo a ser un profeta mundial que a ser el presidente argentino. Y se siente más orgulloso de su condición de profeta que de presidente. De hecho, en el reportaje que le concedió al periodista Jonatan Viale se ufanó de ser el segundo líder más famoso del mundo por la defensa, según dijo, de las ideas de la libertad. El primer lugar lo ocupa, en esa medición de una empresa privada, el primer ministro de la India, Narendra Modi, un populista de derecha que cultiva el nacionalismo y el culto a su propia personalidad. Profeta o presidente, lo cierto es que en los últimos días coincidieron en sus advertencias locales el prestigioso economista argentino Miguel Ángel Broda y la centenaria y también prestigiosa revista norteamericana Time: “El tiempo se le acaba”, dijeron después de elogiar la dimensión del monumental ajuste fiscal –y de la economía en general– realizado por Milei. No hay pruebas por ahora para esa advertencia. Es una inferencia.
La aceptación es alta, pero el deseo de cambio es más grande que el proyecto de Milei
El ajuste fiscal del Presidente y su ministro de Economía, Luis Caputo, estaba escrito en un necesario plan de emergencia para los primeros meses del gobierno libertario. La prioridad era desactivar la explosiva situación económica que habían dejado el tridente Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa. El plan de Milei y Caputo se cumplió hasta llegar al superávit fiscal, que no existía desde que Roberto Lavagna conducía el Ministerio de Economía. ¿Cómo sigue la política económica? De eso no se habla. El Presidente dijo que la solución no es una devaluación, sino las reformas estructurales de la economía. Nada más verdadero. Pero ¿dónde están las reformas estructurales? ¿Cuáles son? Es cierto que muchas de ellas están en la Ley Bases, que fue aprobada en la Cámara de Diputados, pero tropezó con muchos obstáculos en el Senado. La dilación en la aprobación definitiva de esa ley es una de las razones por las que se está encareciendo el dólar paralelo. Algunas otras razones deben buscarse en el estilo del Presidente, tanto cuando ese talante aparece en sus berrinches con líderes extranjeros como en sus excentricidades locales. “No le puedo pedir a mi empresa que invierta un dólar en este país cuando no sabemos si el Presidente es un estadista, un cantante o un ofensor serial”, advirtió el ejecutivo de una importante multinacional. La morosidad de la Ley Bases es una culpa compartida con la oposición. Hay un sector del radicalismo, sobre todo el que lidera Martín Lousteau en el Senado, que está más cerca del kirchnerismo que de posiciones racionales. La oposición cambia y recambia esa ley, a veces con el propósito evidente de provocar la rápida impaciencia presidencial. Milei se resiste, a su vez, a mostrarse cerca de la casta; la misión de chapotear en tales barros es del ministro del Interior, Guillermo Francos, y solo de él. Francos nunca rompe ningún puente; sabe que no hay otros. El Presidente rechazó consejos para agasajar a los líderes parlamentarios de la oposición dialoguista con una invitación a Olivos o para, simplemente, llamarlos por teléfono. “No me acercaré a la casta”, les respondió a los consejeros. Si las cosas son así, nadie se explica por qué lo está sometiendo al martirio público al jefe de Gabinete, Nicolás Posse, que nunca cambió su manera de ser al lado del Presidente y al frente de la administración.
Dicen que lo culpa por las demoras en la Ley Bases. Milei le dio todo el poder a Posse, su amigo y antiguo compañero de trabajo, y ahora se lo está sacando con declaraciones públicas. La peor manera. No es la forma de tratar al funcionario más importante de la administración pública después del presidente. Todas las personas merecen respeto.
La aprobación de la Ley Bases y del DNU que escribió Federico Sturzenegger es fundamental para modificar las condiciones del país corporativo e impotente que ya fracasó. Es esencial también para empezar a satisfacer a esa enorme mayoría social que reclama cambios profundos en la Argentina. Las reformas laboral (también la sindical) y tributaria son la clave de bóveda de esas transformaciones, aunque no son las únicas. Los encuestadores suelen aconsejarles a los políticos que jamás hablen de statu quo, porque lo que preexistía ha muerto en la consideración social. Según dos mediciones de opinión pública, de Poliarquía e Isonomía, una mayoría social le reconoce al Presidente que la inflación está bajando, sobre todo el precio de los alimentos. Pero también algunas encuestas ven luces amarillas de alarma en el conurbano bonaerense, el único lugar del país donde comenzó a bajar la simpatía hacia Milei. Se explica: en esa poblada franja del territorio nacional hay muchos cuentapropistas, que son los más afectados por el ajuste de la economía. No tienen salario y no reciben planes sociales. El mundo de ellos no puede ser más hostil.
Después de la inflación, que sigue en el podio de la preocupación social, el segundo tema que inquieta a los argentinos es la corrupción. Buena noticia para Milei. Nadie puede acusar de corrupto al Presidente ni a su administración. La reciente saga judicial para perseguir y castigar a los dirigentes piqueteros por el inhumano trato a las personas que no tienen nada podría ser el principio de la disolución de los piquetes tal como se los conoció. Cuando la gente comienza a hablar de las tropelías que cometen los dirigentes de los movimientos sociales, sean de izquierda o kirchneristas, la posterior catarata de denuncias es incesante. Ya sucedió con los dirigentes piqueteros jujeños Milagro Sala y Carlos “Perro” Santillán, personajes nacionales que son ahora la nada misma. Sus víctimas habían contado lo que ellos hacían para permanecer en el poder o, en el caso de Sala, para enriquecerse. Entre la política de seguridad, que impide el uso abusivo del espacio público por parte de los que protestan, y la investigación judicial sobre esos dirigentes sociales, una tenaza amenaza la permanencia de los otrora multitudinarios piquetes.
Como los fisiócratas fracasaron hace mucho tiempo, el Presidente debería explicar cuál es su proyecto para cambiar el país. La fisiocracia es una teoría económica que deja en la naturaleza la solución de los problemas. Pero lo cierto es que el consumo en la Argentina cayó el 13,8% en abril (un 7,2% en el primer cuatrimestre del año comparado con igual período de 2023) y la actividad económica se derrumbó un 8,2% en marzo (un 5,2% en el primer trimestre). Según un estudio del economista Enrique Szewach, la Argentina perdió el 10% de su PBI per cápita entre 2011 y 2023. Un fenomenal empobrecimiento de la sociedad que explica también el hartazgo de la gente que reflejan las encuestas. En ese mismo período, Chile aumento su PBI per cápita el 14%; Perú, el 26%, y Uruguay, el 20%.
Chile y Perú tuvieron en esos años tantos problemas políticos como la Argentina. La economía de esos países, por lo que se ve, estaba en manos serias.
La nominación del juez Ariel Lijo podría ser el costado vulnerable del Presidente. Según una medición de Poliarquía, el desconocimiento social de la propuesta de ese juez como miembro de la Corte bajó del 60% al 30%. Es decir, un 70% de la sociedad sabe ahora que Milei propuso a Lijo y sabe quién es Lijo. Por eso, creció el rechazo social a su designación: pasó del 27% en abril al 47% en mayo. Ni el profeta ni el cantante son responsables de Lijo; el Presidente es, en cambio, el autor de una historia político-judicial que nunca debió existir.