OPINIÓN: Tierra arrasada alrededor de Milei

Habría que hacer un largo retroceso en el tiempo para rescatar alguna analogía sobre la profundísima dispersión del sistema político en la Argentina. El amarre más cercano podría hallarse en el 2011 cuando Cristina Fernández se coronó con el 54% de los votos. El segundo, Hermes Binner, cosechó apenas el 17%. Hubo cuatro candidatos (Ricardo Alfonsín, Alberto Rodríguez Saa, Elisa Carrió y Eduardo Duhalde) que bien pudieron haber encontrado alguna convergencia en un imaginario punto del centro. Prefirieron resguardar sus comarcas y permitieron la continuidad de un proyecto hegemónico que perduró, con un paréntesis, ocho años.

La realidad de este tiempo está determinada por características de mayor profundidad. La fragmentación supera al segmento opositor. La Libertad Avanza de Javier Milei lleva diez meses en el poder y también ha perdido piezas en Diputados y el Senado. Lo mismo en la Legislatura de Buenos Aires. La omnipresencia pública del líder libertario disimula esas señales inconfundibles de crisis. Resulta extrañísimo que quien está en ejercicio del poder pierda soldados en lugar de cooptarlos.

El oficialismo desnuda otra debilidad seria en la cual se repara poco. El quiebre en lo alto del Poder Ejecutivo entre Milei y Victoria Villarruel. El Presidente y su vicepresidenta. Ambos eluden cualquier diferencia pública sonora. Disienten respetuosamente. Pero la mujer no forma parte desde hace rato de los proyectos libertarios presentes y futuros.

En estos diez meses de gobierno nuevo se puede realizar una cronología de las desventuras opositoras. Ha desaparecido Juntos por el Cambio, el ensayo de coalición no peronista más creativo en 40 años de democracia. Su principal partido, el PRO, es aliado clave del Gobierno, pero está inmerso en una lucha por conservar la identidad. Creció como expresión de defensa de las instituciones, en oposición al kirchnerismo. Milei se encarga de jaquearla cada momento.

El Gobierno dispuso una restricción del acceso a la información pública. Norma sancionada por Mauricio Macri en 2016 para fomentar la transparencia. El PRO tuvo una reacción tibia y tardía. La semana pasada el portavoz, Manuel Adorni, anunció que se eliminará la exención del IVA a los medios de comunicación. Suba objetiva de impuestos a un sector. Marcha atrás con una ley que también correspondió en 2018 a la administración macrista, fundada en la necesidad de facilitar el acceso a la información y la cultura. Mutis por el momento en el universo del aliado libertario.

El PRO, aunque exhibe algunas astillas, viene superando todavía el peligro de una ruptura. Algo que no ha conseguir sortear el radicalismo. Un grupo de doce legisladores en Diputados resolvió abandonar el bloque donde quedaron 21 a cargo del cordobés Rodrigo De Loredo. No llama la atención tanto la fractura como su forma: los que se han ido responden al titular del partido, Martín Lousteau. Entre ellos, el reconocido Facundo Manes.

El desenlace se adivinaba desde que cinco diputados votaron hace diez días a favor del veto de Milei contra la Ley de Financiamiento Universitario. Cuatro de ellos ya lo habían hecho para tumbar la compensación a las remuneraciones de los jubilados. Uno, Ricardo Campero, frecuentado por Patricia Bullrich, participó del controvertido asado de festejo en la quinta de Olivos brindado por el Presidente por aquella determinación. Faltaba un fósforo para que asomara el fuego.

El martes se convocó a un encuentro por la unidad que fue suspendido. Cuando estaba previsto que se realizara un día más tarde De Loredo apareció en la Casa Rosada, junto a otro cinco correligionarios, reunido con el vicejefe de gabinete, Lisandro Catalán. Sobrevino la crisis final. La metodología, según muchos radicales y otros que no lo son, habría trasuntado la intención del jefe del bloque de fomentar la ruptura. Después llegan las especulaciones de las malas lenguas: “A Rodrigo le vence el año que viene su mandato. Estaría buscando quizás alguna lista segura”, conjeturó un veterano dirigente de la UCR. De Loredo no estaría solo.

El problema que atraviesa el kirchnerismo peronista parece ofrecer pliegues más complejos que los del radicalismo con el cual monopolizó por décadas el bipartidismo en la Argentina. Existe un punto de partida: la principal agrupación opositora no ha entendido todavía las razones por las cuales resultó destronado. Humillado por Milei. El facilismo se inclina solo por hacer leña del árbol caído que representa Alberto Fernández. Nadie se puso a pensar que los modos de pensamiento que resultaron útiles casi dos décadas han envejecido. Como recurrir también a la marcha o a eslóganes trillados cuando se carece de argumentos para terciar en un debate.

Una anécdota refleja quizás ese estancamiento. El intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, clausuró una obra de un Centro de Almacenamiento de Mercado Libre en la zona del Mercado Central. Explicó que faltaba la habilitación. Suponer que detrás de esa decisión no se ocultó una intencionalidad política sería una ingenuidad. Se trataría de un conflicto ideológico, en general con grandes empresas, que el kirchnerismo no ha logrado procesar. Ni recrear. Le sucede también en su relación con el campo. A veces las partes no colaboran: Marcos Galperín debiera repensar su vocación de tuitero beligerante; además si su formidable empresa, justo en esta época, requiere seguir recibiendo ciertos beneficios estatales.

La incomprensión de aquel pasado inhibe al kirchnerismo mirar hacia adelante. Esa atadura podría explicar además el otro problema medular: la falta de renovación de liderazgos. Cristina se resiste a aceptar la declinación. Tabica las puertas a una posible renovación. Detrás de una convocatoria a la unidad sorprendió con la idea de aferrarse al timón del PJ.

Le salieron varios granos. Su propuesta no fue avalada por ninguno de los cuatro gobernadores que siguen en la órbita peronista. Raúl Jalil, de Catamarca, y Osvaldo Jaldo, de Tucumán, atienden por ahora más a Milei que al PJ. Se plantó el riojano Ricardo Quintela a fin de disputarle la conducción partidaria. También Axel Kicillof que, con su horizonte en el 2027, no desea quedar como títere precoz de la ex presidenta.

Cristina desea lo que siempre despreció por dos razones. Para pregonar supuesta la proscripción del peronismo si la Cámara Federal confirma la condena de seis años de prisión y la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos en la causa por las obras públicas en beneficio de Lázaro Báez. Quizás más adelante redoble la apuesta con su candidatura en Buenos Aires. Aquel fallo no quedará firme hasta que lo resuelva la Corte Suprema. En ese intervalo probablemente adquiera fueros. Historia terminada, como aquella de Carlos Menem por el contrabando de armas a Croacia y Ecuador.

El otro propósito sería ayudar desde el PJ a recomponer la situación de su hijo, el diputado Máximo Kirchner, y de La Cámpora. Han hecho destrozos políticos en Buenos Aires. Entre varios, la pelea irreconciliable con el propio Kicillof. Al gobernador le aguarda un camino extremadamente sinuoso para soñar con la candidatura presidencial. Tiene por delante dos años de administración lidiando con el gobierno libertario. Está el fantasma de Cristina. Un equipo de gobierno donde cuenta con apenas tres ministros de su madera. Con jefes de bloque en Diputados y el Senado de la Legislatura que responden a La Cámpora y Cristina.

Aquella descripción ayudaría a comprender la desesperación de la ex presidenta por realizar los comicios en PJ que no reconocen antecedentes en la historia. Siempre se resolvió de otra manera. En 1988, en ocasión de la célebre interna entre Menem y Antonio Cafiero se acordó que el que perdía quedaba a cargo del partido. Le tocó al dirigente renovador.

La pretensión de la ex presidenta se estrella contra escollos objetivos. La votación prevista para el 17 de noviembre demanda una logística que el partido no tiene. Ni siquiera la cantidad de locales partidarios adecuados. Amén de una necesidad de fondos (Quintela estima $4 mil millones; el kirchnerismo 60 millones) que nadie dispone.

La crisis colocó en un punto de tensión extremo la relación entre Cristina y Kicillof. Debió intervenir la Abuela de Plaza de Mayo, Estela Carlotto, para evitar un colapso. Esa mujer había sido mediadora entre Alberto y Cristina cuando Martín Guzmán pegó el portazo. Al margen de su buena voluntad, desnuda la endeblez interna del kirchnerismo cuando debe enfrentarse a instancias críticas.

Frente a esa geografía de tierra arrasada en la oposición Milei gobierna a los diez meses con menos sobresaltos de los que podían aguardarse. Aquella fragmentación tiene doble faz: lo ayuda en el manejo del poder; puede complicarlo en la negociación del Congreso. Le queda por delante el Presupuesto. El año que viene se lo devorará la elección.

El Gobierno parece ahora empeñado en desdecir a Macri. Hace alharaca de gestión. Anunció la restructuración de la AFIP teniendo apenas un boceto. El organismo es objeto de tomas y protestas de parte de sus empleados. Comunicó la jubilación de 10 mil empleados estatales que reúnan las condiciones. Suele tratarse siempre de un procedimiento automático. Volvió a la carga con la privatización de Aerolíneas Argentinas. Debe pasar por el Congreso, reactivó la resistencia de los gremios y despertó la intervención de la Justicia. Notificó la privatización del ferrocarril Belgrano cargas. Fue interesante escuchar a su ejecutor, Diego Chaher, de la Agencia de Empresas del Estado. Le fue imposible dar una sola precisión acerca de qué oferentes existirían.

Mucha cáscara, según se observa, aún con poco relleno.

Para Clarín, Eduardo van der Kooy

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